安达卢西亚诗歌朝圣路:塞维利亚——宗教咏叹调
Machado en este poema quiere resaltar la fe procesada hacia Jesús y hacia el cristianismo que existe en su querida tierra de Andalucía pero que él no procesa; y no lo hace, porque prefiere el Dios desenclavado de la cruz y caminante por las tierras, al dios crucificado que siempre compasivo espera a ser desenclavado.
Lo que parece cierto es que Machado pudo tener un pensamiento cristiano sincero y profundo, hasta el punto de esperar la gran promesa cristiana de la resurrección. Machado renuncia al Cristo que está en la cruz. Para él la figura de Cristo es mucho más cercana que ese “Dios entre la niebla” que busca sin alcanzar. Jesucristo es el ser humano y divino, de carne mortal que sueña con la inmortalidad, el triunfo sobre la muerte: “el que anduvo en la mar”:
¿Para qué llamar caminosa los surcos del azar?
Todo el que camina anda,
como Jesús, sobre el mar.
Este poema va acompañado de una saeta popular que cataban los habitantes de Sevilla en la época de Semana Santa, tal y como se indica en la llegada de la primavera.
Por esto, rechaza la figura mortal del Cristo crucificado de la devoción popular, para cantar al que vence a la muerte, representación de nuestra ansia de eternidad.
Sevilla es, sin duda, el lugar donde la Semana Santa se vive con más pasión y fervor. La ciudad se va transformando desde los días previos al Domingo de Ramos para acoger su Semana Mayor. El olor a azahar que impregna las calles, la mejora del clima y el trajín de los últimos preparativos dan un ambiente muy característico: prólogo del gran acontecimiento que se acerca.
Sevilla tiene duende. Un duende que recorre, revoltoso, sus calles estrechas, los balcones de las casas típicas andaluzas, las plazuelas, las fuentes semiocultas entre los edificios. Mágica, con ese olor a azahar que la impregna y ese don de sus gentes que le invita a conocer más... Es una y mil ciudades a la vez.
La Sevilla romántica, la de las iglesias, la Sevilla de los puentes, la que se muestra orgullosa en el barrio de Santa Cruz y en el de Triana, y la que se oculta, coqueta, entre los jardines de María Luisa. Es la cuna del donjuan y uno de los lugares con más devoción cristiana.
Contradictoria, convierte la Semana Santa en una mezcla explosiva de amor a la Virgen y de pagano sentimiento festivo. Sólo aquí, puede gritarse desde lo jondo un ¡Guapa! a la madre de Dios, sin que sea sacrilegio. Sólo aquí, se puede vivir al completo esa recreación de la primavera, del sentirse vivo, que es la Feria Grande, la de Abril.
Beba de la sabiduría de este pueblo que ha sabido amasar las influencias de sus invasores. Fenicios, tartesos, cartagineses y musulmanes quisieron doblegarla más sólo se enamoraron. Como todo el que visita Sevilla, ciudad con nombre de mujer que, zalamera, encandila con su luz y su olor a todo el que pisa su milenario suelo.
Una calle de Sevilla
entre rezos y suspiros...
Largas trompetas de plata.
Túnicas de seda... Cirios,
en hormiguero de estrellas,
festoneando el camino...
El azahar y el incienso
embriagan los sentidos.
Ventana que da a la noche
se ilumina de improviso,
y en ella una voz -¡saeta!-
canta o llora, que es lo mismo:
«Míralo por dónde viene
el mejor de los nacidos...»
Así definía la Semana Santa sevillana el poeta Manuel Machado, descripción de los sentimientos que arrebatan el corazón ante el barroquismo de sus pasos, mezcla perfecta de canto, oración y anhelo.
Semana Santa en la que se unen por una parte, el amor de los sevillanos por sus barrios y calles, vírgenes y cristos; por otra un fervor religioso que roza el apasionamiento, y por último, la personificación de las mejores características humanas en las primorosas y adoradas tallas.